La vida está llena de pequeños y agradables encuentros. ¡Qué alegría nos da encontrar una sorpresa en el rosco de Reyes, un regalo inesperado sobre nuestra mesa de trabajo, una moneda en el camino hacia casa, la foto de alguien querido entre las páginas de un libro, la pieza de puzle que nos faltaba...! ¡Qué alegría descubrir, por fin, algo que creíamos perdido y, después de mucho buscar, logramos encontrarlo!

 

Pero lo mejor de todo es el encuentro con las personas. ¡Qué alegría encontrar a nuestro mejor amigo justo cuando lo necesitamos!, es decir, cuando estamos tan tristes o tan contentos que necesitamos contárselo a alguien. ¡Qué alegría encontrar la mirada cariñosa de alguien que nos anima cuando tenemos que enfrentarnos a algo difícil! ¡Qué alegría encontrarnos con los compañeros del curso pasado, o de otro momento, o con los de siempre…! ¡Qué alegría encontrarnos en familia! ¡Qué alegría encontrarnos con amigos! También, incluso, qué alegría encontrarnos con desconocidos que nos sorprenden por su amabilidad y su disposición para ayudar cuando andamos perdidos o desorientados.

 

En ocasiones, también podríamos recapacitar y tener más cuidado porque, algunas veces, nuestros encuentros se convierten en encontronazos, y nos enfadamos, nos agobiamos, nos llenamos de mal humor. Por ahí, seguro que perdemos muchas energías, así como también cuando nos aislamos, cuando nos encerramos, cuando cada cual va “a lo suyo", en lugar de unir energías “a lo de todos”.   

 

Definitivamente estamos hechos para el encuentro: con los demás, con Dios, con los otros, con la naturaleza… y, por supuesto, también con nosotros mismos, con todo lo que somos capaces de dar y recibir, mejor dicho, de darnos y de recibirnos en el encuentro con los demás. Dicen, y con razón, que “la vida es el arte del encuentro”.

 

Hace unos meses, el Papa Francisco nos animaba a trabajar por la cultura del encuentro, en contraste con la cultura de la indiferencia que parece ser predominante en nuestro mundo. No es suficiente con oír, es necesario escuchar. No es suficiente con ver, es necesario dejarse conmover e implicarse. No podemos permanecer impasibles ante el sufrimiento de los demás, como simples espectadores. Algo tenemos que hacer para encontrarnos unos con otros, con los que están más cerca y, de alguna manera, con los que están lejos.

 

Podemos mirar un poco más allá de nuestro barrio, de nuestro pueblo, incluso más allá de nuestras fronteras, y unirnos a esta cultura del encuentro de la que el mundo está tan necesitado. Todos podemos contribuir con pequeños gestos que promuevan encuentros constructivos, pacificadores y solidarios. Vale la pena el esfuerzo y seguro que nos conducirá a una gran alegría. 

 

PARA TRABAJAR ESTE TEMA CON NIÑOS, ADOLESCENTES O JÓVENES, TE PROPONEMOS EL SIGUIENTE MATERIAL, QUE PUEDES DESCARGAR AQUÍ.

ENCUENTRO (JÓVENES).pdf
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ENCUENTRO (NIÑOS).pdf
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En este año, como Familia Josefina, nos queremos unir al deseo del Papa Francisco de abrir puertas a la Misericordia. Una misericordia activa, tan necesaria en nuestra vida personal y en este mundo nuestro tan herido. Una misericordia auténtica, que nace del corazón de Dios, que tiene la capacidad de contagiarse cuando nos sentimos queridos, acogidos, perdonados... 

 

Te presentamos a Leticia, la niña que nos sonríe desde detrás de la puerta. Pertenece al Grupo Nazaret de Douala (Camerún). Su gesto y su mirada acompañan un mensaje muy especial para todos nosotros. 

 

Ciertamente, es Dios quien abre la puerta de la misericordia, pero tiene sus mediaciones. Y hay circunstancias, gestos, personas… generalmente personas sencillas… como Leticia… que nos animan a entrar… ¡Ojala estemos muy atentos para reconocerlas! 

 

Y ojalá también nosotros sepamos estar a punto, prestos a “abrir la puerta”, para convertirnos en mediadores de su misericordia.

Caminar... Echar a correr... Encontrarse con otros... Superar obstáculos... Admirarse con los paisajes, los acontecimientos, las personas... Apretar el paso... 


Detenerse junto a la orilla, descalzarse, disfrutar de la brisa, del horizonte...

Echar a volar la imaginación, los deseos... 


Reconocer lo que, en el fondo, te conmueve... Lo que te llena de alegría o de dolor. 

Volver a calzarse... Volver a caminar... 


La vida es como un camino. No es una idea nueva, ¿verdad? 

Lo que puede ser nuevo es que en ese camino (o en un necesario descanso), te animes a hacerte preguntas: ¿hacia dónde...? ¿con quién...? ¿para quién...? ¿por quién...? 


Lo que todavía sería más nuevo... es que todas esas preguntas te las hicieras en compañía de Dios. 

¿Lo has pensado? 


La vocación... tu vocación... nace en el corazón de Dios. 


No tengas miedo a las preguntas. Lo mejor del camino está por llegar. 



Por sencillo y cotidiano que sea, queremos descubrir el trabajo como un espacio creador, en el que no sólo producimos algo material, sino que también creamos y recreamos relaciones, equipo, comunicación, actitudes…

 

Cada niño, cada joven es portador de una “chispita” de la creatividad de nuestro Dios, que no sólo nos ha creado únicos e irrepetibles, sino que mantiene en cada uno su dinamismo creador, animando cualidades y posibilidades, colores y matices personales que pueden iluminar nuestro mundo.

 

Y aquello que llamamos vocación… ¿no comienza por ser esta llamada de Dios a la vida, al servicio a los demás, a dar lo mejor de nosotros mismos? Descubrirlo puede ser una aventura genial.

 

¿Estás listo para seguir creando? ¡Adelante! Mucha gente espera mucho de ti...

 

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